Allá a lo lejos, no tan lejos, más cerca, frente a ella, no hay nadie. (¿Así será el final de los finales?). Sólo el piso, que varía: cemento, madera, pasto seco, baldosones, plumas… no hay una lógica entre el material que toca en suerte y los retazos de historias mínimas. O, al menos, eso parece.
Y el sobresalto. La insegura seguridad de un lecho. El quedarse diez segundos regulando, con los ojos semiabiertos, sobre qué fue lo que pasó, cuándo, dónde. La tranquilidad de haber despertado. La obligada vigilia para no ceder al sueño y, así, evitar volver al terror injustificado, recurrente.
En menos de un minuto, otra vez el vuelo bajo, otra vez su amiga de la infancia, su antigua casa, su hombre sin rostro, sus muertos no tan vivos, su llegada tarde a la escuela, su desnudez callejera y sus otros cientos de restos diurnos.
Esa noche no volverá a sucumbir en el vacío, ni a sentir el vértigo en el medio del pecho como un puño apretujado que apretuja. Tampoco la siguiente. Pero algún día, algún año, la sensación se hará de nuevo carne en su carne y, otra vez, como un grito sin voz, esquivando sus vuelos, su infancia, sus muertos, emergerá de la nada hacia el más oscuro de los túneles. Y caerá de golpe. Y despertará aliviada.
Hermosa descripción de lo cotidiano que Freud hizo teoría y que nosotros, entre conciente e inconciente, entre recordados y olvidados, hacemos práctica cada noche... y de repente "la patada"...
ResponderEliminarMuy bueno...!
Vivi
me encanta tu suspicacia
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