Miedos, amores, amigos, rencores, heridas, caricias, espejos, charlas, misterios, matices, mates, cigarrillos, fresias, chocolates, cuerdas flojas, histeria, mil lágrimas, sonrisas, esperas, teléfonos, arrepentimientos, gritos, fiesta, daiquiris, suspiros, sorpresas, mails, espacio, incertidumbre, límites, angustia, placer, egoísmo, soberbia, impotencia, Benedetti, salidas, experiencias, éxitos, fracasos, Cortázar, Galeano, música, melodías, cerveza, café, castigos, libertad, soledad, reconocimientos, lunas y soles, los domingos de siempre, mentiras, sueños, finales, pesadillas, cambios, Arlt, despertadores, consejos, traiciones, carcajadas, desilusiones, esperanzas, caminos, opuestos, miradas, Cien años de soledad, costumbre, tormentas, abrazos, dolores, nacimientos, rupturas, abismos, puertas, candados, almuerzos, proyectos, viajes, silencios, mensajes, olvidos, carencias, paciencia, calma, sombras, peleas, manos, esfuerzo, todo y nada. Más y menos. Menos de lo mismo.

sábado, 14 de agosto de 2010

Estar

La noticia la recibí en el lugar equivocado. Quizá tampoco era el momento… pero, pensándolo mejor: ¿cuál hubiera sido el momento? Nunca debería haber existido ese momento. Pero existió.
   A cientos de kilómetros de donde Nicolás había dejado de ser, recibí el llamado que nunca hubiera querido recibir. Con la noticia que nunca hubiera querido escuchar. No estaba sola. Estaba con mi compañera de andanzas periodísticas, a la que acababa de conocer. Y a la que, minutos antes, le había hablado, paradójicamente, de Nicolás. La frase en el teléfono, fue clara: Murió Nico. Un verbo conjugado en pasado, pero en un pasado reciente. Un pasado de minutos, o quizá horas, pocas horas. Y un nombre propio: Nico. Dos palabras que no terminaba de asociar. Que se repetían una y otra vez en mi mente como si las volviera a escuchar con el mismo tono de voz, acongojado y confundido, del que me estaba dando la noticia. El resto, fue silencio. Desconcierto. No llegaba a ser angustia, porque no parecía real aún. E imágenes. Cientos de imágenes. La verdadera angustia, las lágrimas, el desconsuelo… llegarían después, ya en Buenos Aires, cuando las dos palabras se materializaron en una sola imagen: el nombre y apellido de Nicolás en esa cartelera lúgubre que exponen las casas de velatorios.
  
   A Nicolás lo conocí a principios de 2008. Sentado frente a mí, explicaba cómo sería la página web de mi nuevo trabajo para una veintena de personas que lo escuchábamos. Pero el comienzo de lo que, con el tiempo, sería una sincera amistad, fue unos días después, en La Quintana, de Lomas, donde nos juntamos a planificar juntos parte de nuestro trabajo. Lo curioso fue que ese día, dos personas que acabábamos de conocernos no hablamos sólo de trabajo. Hablamos de nosotros. De nuestra historia, de nuestros amores fallidos y nuestros desencantos. Hablamos de nuestros sueños y nuestras creencias. Y hasta se animó a “recomendarme” a un amigo como posible pareja…
   A las coberturas juntos (él como fotógrafo, yo como periodista), se sumaron los almuerzos, los mates y las largas charlas telefónicas. En momentos difíciles, como cuando aquella pareja recomendada no funcionó, no dejó de apoyarme, de acompañarme ni de aconsejarme. Se lo pidiera o no, él estaba. De mil maneras: personalmente, por teléfono, por chat… pero estaba. Y yo también estaba. Fui parte de sus satisfacciones, sus frustraciones, sus sueños, sus debilidades, sus maneras de luchar contra lo injusto. Y él fue parte de las mías.
   Es difícil sintetizar en una página los momentos, las risas, los llantos, los abrazos y las mil y una demostraciones de afecto que me hizo durante el poco pero intenso tiempo que compartimos nuestras vidas. Es difícil sintetizarlo a él en unas pocas palabras. Porque Nicolás tenía todo lo que uno espera de un amigo. Con sus defectos y virtudes, Nicolás estaba para “estar”. Para arreglarte la compu, para invitarte a un café, para aceptar unos fideos cocinados por una mala cocinera (como sé que soy), para llamarte a cualquier hora y preguntarte “Cómo estás, Natalí?!”. Y estaba para bancar mis enojos, mis exigencias en el trabajo, para agachar la cabeza y decir “tenés razón, me colgué yo”. Estaba para abrazarme. Para darme ánimos y para hacerme sentir la más linda, cuando todo a mi alrededor me decía que era la más fea. Y hasta estuvo para decirme “no quiero que te caigas, ni verte mal”, cuando era él el que estaba en la cama de un hospital.
   Nicolás estaba para lucharla. Para no dejarse vencer. Y derrochaba fuerza y palabras de aliento para los que creímos que se nos derrumbaba un pedacito de nuestro corazón, al enterarnos de su enfermedad.
   Nicolás estaba contento. Esa es la última imagen que tengo de él. Y esas fueron las últimas palabras que me dijo personalmente, mientras me agarraba las manos. Veníamos de La Plata y lo dejamos en la casa de su mamá. Los médicos estaban optimistas y se lo habían dicho. Y él estaba más optimista que nunca. Me abrazó y me dijo que estaba muy contento. Y se reía, con esa risa característica: fuerte, gruesa, contagiosa.
   No sé si fui siquiera un tercio de lo que él fue y es para mi. No sé si estuve todas las veces que me necesitó y ni siquiera sé si le demostré todo el amor que hizo crecer en mi. Pero alguien me dijo algo que me resuena todo el tiempo y es la mejor definición que se puede hacer de Nicolás: “Se brindaba y no esperaba nada a cambio”. Así era Nico. Y eso es lo que tendría que haberle dicho al periodista que me llamó para pedirme datos suyos, porque le habían encargado escribir una especie de necrológica de Nicolás. Dije que tenía 29 años, que se encargaba de hacer las páginas web, que era fotógrafo y algún otro dato técnico. No supe qué más decir. Creo haberme disculpado con “Carosso” (el colega que me pidió los datos) por mi falta de palabras y de respuestas.
   Nicolás estaba siempre. Por eso me extrañó cuando, para fin de año, no atendió mis llamados a sus dos teléfonos ni contestó mis mensajes. Cerca de las 12 de la noche del 31, me mandó un mensaje del que sólo transcribo la frase más importante: “Si la vida te da mil razones para llorar, dale mil y una razones para luchar”. Un mensaje digno de él. Y de cómo pasó fugaz, pero intensamente, por mi corta y, a veces, mal gastada vida.

1 comentario:

  1. Es muy fiel tu descripción de Nico, Naty. En mi caso lo conocí en 2005, también por laburo. La primera imagen que tengo de él fue que lo llamaron, porque era el "director" del área (más tarde entendería que la palabra "director" asociada a Nico era sinónimo de "chamuyo") y apareció, con un yeso en una pierna que se lo había ganado en un partido de fútbol.
    Inmediatamente entendí que era un muy buen pibe. Bastante colgado, eso sí. Se podía laburar con él, pero siempre fue más propuestas que acciones.
    Nico iniciaba el proyecto, ponía el arranque y de golpe te decía: "ahora manejá vos" y te entregaba el volante en el medio de la ruta.
    Siempre con mucho impulso para intentar cosas nuevas, en la búsqueda de encontrar su lugar en el mundo.
    En cuanto a la amistad, era un tipo que se hacía querer mucho. Era mejor amigo que compañero de trabajo, la verdad.
    Como amigo aunque quisieras aislarte por algún problema, él no te dejaba. Era capaz de hincharte todo lo necesario hasta que lo dejaras entrar en tu asunto para que intentara ayudarte. Jamás le escapaba a un amigo en problemas. "¿Cómo estás? ¿Necesitás algo?", preguntas que repetía una y mil veces hasta que le contestaras. No le gustaba ver a un amigo enfrentar un problema solo. Odiaba la soledad, no la resistía.
    Un tocayo, también compañero de trabajo y amigo -casi hermano- de Nico, me dijo alguna vez: "Se manda tantas cagadas porque no se banca estar solo", y era cierto.
    Como bien expresaste Naty, es difícil hablar de Nico en pasado. De hecho, de alguna u otra forma está siempre presente. De las pérdidas que sufrí fue una de las que más me afectó, porque obligó a que me replanteara mi propia vida. Me recordó que la juventud también puede ser frágil y efímera. Fue lo único "positivo" que pude rescatar de su partida: que me sirviera para acomodar mejor mi relación con el presente, de cara al futuro. Así dejé de hacerme tanto problema por pavadas y pude lograr poner en foco muchas cuestiones.
    Nunca en mis décadas en este mundo vi a alguien pelearla tanto, con tan buen humor, con tantas ganas de vivir como él. Eso hace todavía más incomprensible que ya no esté.
    Pero me quedo con los buenos momentos, con los mates, birras, salidas y alegrías compartidas, las charlas profundas sin filtros y con su capacidad única de venderte humo, aún cuando uno era consciente de que te lo estaba vendiendo. Pero su simpatía, buena onda y compromiso con los amigos te obligaba a comprarle el buzón igual.
    Así era Nico: amigo noble, fiel, buen tipo, medio cheto y chamuyero, pero con la honestidad para admitirlo y reírse de eso.
    Te extrañaremos, siempre.

    Gastón B.
    15/08/2010

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